ANA (CUENTO FANTÁSTICO)


Texto: Francisco Javier Fontenla García. Imagen: Pixabay.

Aquel seis de enero me acerqué al parque donde me esperaban mi esposa y mi hija Eva. Cuando llegué vi que la niña estaba sentada en un banco, hojeando tranquilamente un libro (aunque solo tiene diez años, es muy aficionada a la lectura e incluso le llaman la atención los libros para mayores). Nada más verme, mi esposa, que parecía bastante nerviosa, me dijo en voz baja:

-Fíjate en el hombre de la esquina, ese que lleva un móvil en la mano. Se ha pasado toda la tarde haciéndole fotos a Eva.

Me acerqué a aquel individuo para llamarle la atención. Entonces, para mi sorpresa, se asustó y empezó a correr como un loco. Ya había salido del parque cuando conseguí agarrarlo y entonces le pregunté por qué había huido al verme. Él me respondió con voz trémula:

-No estaba escapando de ti, sino de ella.

Pensé que estaba loco y dejé que se las entendiera con unos agentes de policía (que lo conocían bien por ser un pedófilo reincidente). Cuando volví al parque, encontré a mi esposa y a mi hija discutiendo agriamente. Sonia me dijo que la niña era una mentirosa, porque había recogido un libro que alguien se había dejado en el banco y, en vez de admitirlo, aseguraba que se lo había regalado “una chica muy guapa”, a la cual aparentemente solo había visto ella. Picada en su orgullo, Eva me entregó el libro (una novela de Agatha Christie titulada Un gato en el palomar) y me dijo que lo abriera en la primera página. Allí se leían estas palabras escritas a mano: “El primer amor termina, pero jamás se olvida. Con cariño, Ana.” Sonia dijo:

-Esa dedicatoria no demuestra nada, podría estar dirigida a cualquiera. Y ese libro no es para niñas.

Yo hubiera querido darle la razón a mi esposa, pero aquel libro y aquella dedicatoria removieron en mi mente viejos recuerdos.

Siendo niño nunca pasaba mucho tiempo en el mismo lugar, pues mis padres y yo teníamos que mudarnos con bastante frecuencia. Cuando tenía quince años empecé el curso en el instituto de cierta localidad gallega. Un día, mientras caminaba por el pasillo del instituto durante el recreo, oí que alguien estaba tocando la flauta en el aula de música. Como me gustó mucho la melodía, me acerqué a la puerta para escucharla mejor. La flautista era una chica muy guapa, que estaba tocando completamente sola. Cuando terminó entré en el aula para felicitarla y ella al principio me miró con desconfianza, pero luego me dio las gracias y me dedicó una sonrisa muy dulce. Yo le pregunté por qué estaba tan sola y ella me dijo:

-Porque así nadie me mira con cara de asco.

Intenté hacerme el duro y le dije con tono despreocupado:

-Yo tampoco tengo muchos amigos, pero me da igual, porque pronto me marcharé del pueblo.

Ella suspiró y dijo, con una voz muy triste:

-Yo, en cambio, no podré marcharme nunca.

Empezamos a hablar y fue así como nos hicimos amigos. Ana (así se llamaba) era una chica realmente mágica. Pasábamos juntos todos los recreos y también nos veíamos por las tardes, cuando ella salía a pasear con su retriever. Mucha gente nos miraba mal, pues la familia de Ana gozaba de pocas simpatías en el pueblo, pero eso a mí no me importaba.

Desgraciadamente, nuestra felicidad compartida terminó cuando empezaron las vacaciones navideñas. Entonces Ana dejó de salir y de contestar a mis llamadas. Pero yo necesitaba verla al menos una vez más, porque en enero me mudaría a la ciudad y no quería irme del pueblo sin despedirme de ella. Fui a su casa varias veces, pero nadie me abrió la puerta. Una noche me harté de llamar y decidí entrar saltando la valla. Por suerte, el perro de Ana me conocía bien y no ladró al verme. Me escondí entre unos arbustos y esperé a que ella saliera para darle de comer al perro.

Cuando me vio, se asustó mucho y me dijo en voz baja:

-¡Por favor, debes irte ahora mismo! Mi padre se ha enterado de que somos amigos y me ha dicho que, si volvemos a vernos, te pegará un tiro.

Yo recordé los rumores que corrían sobre el padre de Ana, un guardia civil cuya siniestra reputación había salpicado a todos los miembros de su familia. Incluso se decía de él que estaba obsesionado con sus hijas. A pesar de todo, no quise marcharme hasta que Ana aceptó quedar conmigo el día de Reyes, mientras sus padres estaban en misa. Pero entonces el dueño de la casa, extrañado de que su hija tardara tanto en volver, salió al jardín con su pistola en la mano. Adivinando quién era y por qué estaba allí, se volvió loco de ira e intentó matarme. Ana se interpuso entre nosotros y una bala le atravesó el corazón. Al ver lo que había hecho, su padre emitió un grito terrible y se voló la tapa de los sesos.

Yo sufrí una crisis nerviosa cuando la vi morir y tuvieron que ingresarme en estado de shock.

Mucho tiempo después supe que Ana había comprado un libro pocos días antes de su muerte, con la intención de regalármelo el día de Reyes. Su hermana Laura lo encontró y, adivinando que era para mí, se lo ofreció a mis padres mientras yo estaba hospitalizado. Ellos lo aceptaron por cortesía, pero finalmente decidieron tirarlo a la basura, pensando que podría traerme malos recuerdos. Esto lo supe porque un día me encontré con Laura y ella me lo contó, especificando que aquel libro era una novela de Agatha Christie titulada Un gato en el palomar.


3 comentarios:

Valvazga dijo...

¡Atrapante trama! Nadie se marcha de esta dimensión mientras mantengamos viva su presencia en nuestra mente y nuestro corazón. ¡FELICIDADES por su creatividad y fluidez narrativa, Maestro!

Javier Fontenla dijo...

¡Muchas gracias! :)

Marisela dijo...

¡Increible!realmente crea incertidumbre y ansiedad de saber que ocurre de principio a fin.

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