TRES MICRORRELATOS OSCUROS


1-Colores:

En el castillo embrujado los colores estaban alterados: los días eran negros y las noches rojas.

2-Avatar:

El vampiro fue destruido, pero su espíritu se reencarnó en su castillo. Desde entonces sus piedras son rojas y sus contornos yermos, pues sus cimientos beben la sangre de la Tierra.

3-La ciudad que duerme: 

Bajo las aguas del mar salvaje y azul, una ciudad olvidada duerme su sueño eterno. Sombras siniestras se deslizan entre sus torres y algo terrible, más viejo que el abismo, acecha a quienes osen perturbar su letargo. Incluso quienes sueñan con ella se despiertan con el alma desgarrada por fauces invisibles.

Textos: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


DIPLOMACIA (LEYENDA JAPONESA)

 

Texto: Leyenda japonesa recogida por Lafcadio Hearn en su obra Kwaidan. Adaptación de Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Se había dispuesto que la ejecución tuviera lugar en el jardín. El reo fue conducido allí y lo pusieron de rodillas frente a una hilera de piedras, como las que suelen verse en los jardines japoneses. El samurái encargado de ejecutar la sentencia acudió a contemplar los preparativos. Entonces el condenado le dijo:

Honorable señor, el delito por el cual voy a morir fue cometido sin malicia. El karma me hizo necio y por eso he cometido tantos errores a lo largo de mi vida. Pero no es justo matar a un hombre solo porque ha sido estúpido. Y las injusticias se pagan. Si usted me mata, mi espíritu volverá del Más Allá para cobrar venganza.

Entonces se creía que, si una persona moría con el corazón lleno de resentimiento, su fantasma podía volver al mundo para atormentar a los responsables de su muerte. El samurái lo sabía, pero replicó con tranquilidad:

Nos asustaremos cuando te veamos volver del Infierno, pero ahora mismo nos resulta difícil creer que puedas cumplir tus amenazas. ¿Tendrías la bondad de mostrarnos cuán grande es tu ira?

¡Por supuesto que sí!

Bien, ahora mismo voy a decapitarte con mi espada. Enfrente de ti hay una piedra. Cuando te haya cortado la cabeza, intenta morderla con toda tu rabia. Si lo consigues, tal vez aprenderemos a temerte.

¡Pues claro que la morderé! ¡La morderé, la mor...!

En ese preciso instante el samurái decapitó al reo con un tajo fulgurante. El hombre se desplomó y, mientras la sangre manaba del cuello cortado, su cabeza rodó sobre la arena, hasta morder la piedra que había señalado el samurái. Luego se quedó inerte.

Nadie se atrevió a decir nada, pero los asistentes miraron al samurái con miedo en los ojos. Sin embargo, el guerrero se mantuvo tranquilo y, tras lavar la hoja de su espada, dio por terminada la ceremonia de ejecución.

Durante varios meses los criados del castillo vivieron aterrorizados ante la posibilidad de que el muerto volviera para atormentarlos. Nadie ponía en duda que este intentaría cumplir su promesa de venganza y, a causa del miedo, todos creían ver y oír cosas que ni siquiera existían. El silbido del viento cuando se deslizaba entre los bambúes y el temblor de las sombras en el jardín eran motivos de constante temor. Finalmente, le rogaron al samurái que realizara una ceremonia de penitencia para apaciguar al espíritu del difunto. Pero el guerrero les dijo:

Eso no será necesario. Puedo entender que temáis la venganza del muerto, pero en este caso ya no hay nada que temer. Solo el último deseo de un hombre puede sobrevivir a su muerte y determinar las acciones de su espíritu. Cuando yo lo desafié a manifestarnos su rabia mordiendo una piedra, hice que olvidara todos sus propósitos anteriores, incluida la venganza. Así pues, cuando murió él ya no pensaba en nosotros, sino únicamente en la piedra. Por eso no debéis tener miedo de él.

Nunca apareció ningún espíritu y el miedo no tardó en ser olvidado.

EL CUADRO (CUENTO FANTÁSTICO)

 

Texto: Fontenla. Imagen: Pixabay.

Tas la misteriosa desaparición del doctor Guy Arlington, sus herederos decidieron vender la vieja casa familiar (que, según sus propias palabras, “les causaba malos sueños”), así como sacar a pública subasta la mayoría de los muebles y objetos de arte legados por el desaparecido. Sin embargo, uno de los cuadros era tan extraño y siniestro que sólo un joven artista llamado Frederick Fenton se atrevió a pujar por él. Se trataba de una pintura al óleo, de colores fríos y tenebrosos, que representaba un islote desnudo, en medio de un mar cuyas aguas tenían un matiz extrañamente verdoso. Sobre aquel islote se veían diez pequeñas figuras humanas, demasiado diminutas para que pudieran distinguirse sus rasgos personales, pero cuyas posturas parecían reflejar un estado de agitación, por no decir de pánico, seguramente provocado por algo grande y terrible que surgía de la niebla para amenazar a los indefensos náufragos del islote. Sin embargo, lo que acechaba tras la niebla no se discernía bien, sino que era algo informe, de aspecto indefinido y, precisamente por ello, mucho más inquietante que cualquier monstruo de facciones nítidas. Por lo demás, aquel cuadro parecía obra de un artista de mucho talento, aunque carecía de firma y ni los responsables de la subasta ni los herederos de Arlington pudieron satisfacer la curiosidad de Fenton respecto a la identidad del autor. Si su autoría era un misterio, lo mismo podía decirse de su título y de su origen, pues Arlington nunca había dado explicaciones al respecto.

Una vez en su humilde apartamento de Chelsea, Fenton colgó el cuadro en su dormitorio, sobre la cabecera de su cama, y, como ya era de noche, no tardó en acostarse, pues al día siguiente debía madrugar para asistir a una exposición de sus propias obras. El joven Fenton siempre había sido propenso a las ensoñaciones extrañas, pero aquella noche sus pesadillas fueron realmente atroces y varias veces hubo de despertarse, con la frente bañada en sudor y el corazón palpitante, sin poder conciliar un sueño tranquilo hasta bien entrada la madrugada. Durante las noches siguientes se repitieron aquellas pesadillas intolerables, cuya fuente primordial parecía ser la turbadora imagen del cuadro, aunque los recuerdos de Fenton al respecto eran bastante vagos y no tardaban en desvanecerse. Preocupado por su estabilidad psíquica, Fenton llegó a plantearse si no sería mejor deshacerse del cuadro causante de sus pesadillas, pero finalmente rechazó esa opción, en parte por parecerle sumamente cobarde y, sobre todo, porque de poco le serviría vender el cuadro si el recuerdo del mismo permanecía grabado en su memoria. Y es que Fenton tenía una de esas mentes complicadas e hipersensibles que se aferran obsesivamente a aquellas imágenes o sensaciones que más les gustaría olvidar. Pero, como las secuelas de tantas noches en vela estaban empezando a tener efectos desastrosos sobre la ya de por sí delicada situación personal del artista, finalmente tomó la determinación de consumir calmantes antes de dormir. Las primeras dosis que tomó fueron bastante moderadas y no le sirvieron de nada. Luego decidió aumentar las dosis, llegando a rozar extremos que cualquier médico consideraría peligrosos, pero tampoco obtuvo los resultados que esperaba. Muy al contrario, fue peor el remedio que la enfermedad, pues ahora ya no se despertaba en plena noche, pero eso solo servía para que sus pesadillas fueran más largas y tuvieran unos efectos psíquicos más demoledores. Finalmente, el ya desesperado Fenton decidió arriesgarse y sustituyó los calmantes por verdaderos narcóticos, que podía conseguir de forma clandestina a través de un círculo de artistas bohemios, con los que estaba ligeramente relacionado (curiosamente, el desaparecido doctor Arlington también había formado parte de dicho círculo, pero Fenton ignoraba esta coincidencia). Aquella noche tomó, mezclada con el agua que siempre bebía antes de acostarse, una fuerte dosis de una droga casi desconocida y no tardó en conciliar el sueño. Pero las pesadillas volvieron de nuevo y esta vez fueron peores que nunca. Ahora Fenton ya no podía despertarse gritando de terror, pues la droga se lo impedía, y no solo debía enfrentarse una vez más a la pesadilla, sino que esta vez tendría que sufrirla hasta el final. Y no todas las pesadillas tienen un final. Varios días después, unos amigos de Fenton, extrañados porque este había dejado de asistir a sus reuniones y no contestaba a sus mensajes, le preguntaron por él a su casero. Este, que también llevaba varios días sin saber del artista, no pudo decirles nada, pero los llevó a la puerta de su apartamento. Como nadie respondió a sus llamadas, el casero abrió la puerta con su propia llave y entraron, pero no hallaron a Fenton. Todas sus cosas estaban allí, todas salvo él mismo. Nunca más se volvió a saber de Fenton, cuya desaparición sigue siendo un misterio aparentemente irresoluble. El casero decidió alquilar el apartamento a otra persona y las escasas posesiones personales del artista desaparecido fueron enviadas a la casa de sus padres. Hoy, en el desván de la casa familiar de los Fenton, permanece olvidado un mudo testigo de hechos asombrosos: un cuadro sumamente extraño, donde algo siniestro surge de la bruma para amenazar a once pequeñas figuras humanas atrapadas en un islote.


HIDDEN (ESCONDIDO)

Texto: Javier Fontenla, basado libremente en obras de Poe y Stevenson. Imagen: Pixabay.

Esto sucedió en un pequeño pueblo de la costa escocesa durante el invierno del año 1945.

Aquella noche el anciano doctor Malcolm, que llevaba medio siglo enclaustrado en la localidad, oyó que alguien llamaba a su puerta. Fue a mirar quién era y se encontró con una hermosa niña de tez pálida, a la que no recordaba haber visto anteriormente. Aquella misteriosa muchacha llevaba en sus manos un gato negro al que le habían arrancado un ojo. Malcolm le dijo a la niña:

Creo que te has confundido, cariño. Yo soy médico, no veterinario.

Ya lo sé, pero es que no sabía dónde acudir. Por favor, doctor Malcolm, cure a mi gatito. Le pagaré lo que me pida.

Malcolm sonrió y dijo:

Tranquila, guapa, no te cobraré nada por esto.

Malcolm desinfectó y vendó la herida del gato, que se mantuvo tranquilo en todo momento, sin que hiciera falta anestesiarlo. Una vez efectuada la cura, el doctor le dijo a la niña:

Tienes un gato muy educado. ¿Puedo saber qué le pasó?

Un borracho le arrancó el ojo con un cortaplumas.

Pues deberías denunciarlo.

Ya no vale la pena. Por cierto, doctor Malcolm, aún no me he presentado. Me llamo Diana.

Muy bien. Pero no deberías andar sola a estas horas de la noche. Hay borrachos que no se conforman con maltratar animales. Si me dices dónde vives, te acompañaré a tu casa.

Yo ya no vivo en ninguna parte.

Antes de que Malcolm pudiera preguntarle a Diana qué había querido decir, dos forasteros entraron en la casa forzando la puerta. Aquellos individuos golpearon al doctor hasta dejarlo inconsciente, pero no vieron a Diana ni a su gato. Y estaban demasiado centrados en su misión para reparar en algo extraño: que en una casa sin niños hubiera una muñeca y un gato de peluche.

Los intrusos salieron poco después, llevándose el cuaderno de notas del doctor Malcolm, que contenía información muy valiosa para los servicios secretos alemanes. Al contrario que los vecinos del pueblo, los nazis sabían quién era realmente Malcolm y necesitaban sus conocimientos científicos para torcer el curso de la guerra.

El doctor Malcolm habría muerto asfixiado por el humo de su chimenea, si Diana no lo hubiera despertado a tiempo. Cuando el médico se despertó, pudo ver cómo la niña acariciaba a su gato y le decía:

Ya puedes cambiar de forma, Plutón.

Entonces el felino se convirtió en una luciérnaga luminosa, salió por una ventana y desapareció en la oscuridad. Aunque no era un novato en el mundo de lo extraño, Malcolm se quedó sin palabras al presenciar aquella incomprensible metamorfosis. Diana sonrió y le dijo:

Plutón murió colgado de una rama en el año 1843. Ahora solo es un emisario del Infierno, al igual que yo, doctor Malcolm… ¿O prefiere que lo llame por su verdadero nombre, doctor Henry Jekyll?

Pero…

No lo niegue, doctor. Su abogado lo ayudó a fingir su propia muerte y le encontró un refugio en este lugar tan apartado. Pero esta noche usted va a morir de verdad. Lo lamento, pero no puedo evitarlo. Yo solo soy una mensajera de la Muerte. Esta noche debo llevarme su alma al Infierno.

¿Y me has salvado de morir asfixiado solo para decirme eso?

También quería entregarle (o, mejor dicho, devolverle) este objeto, por si desea hacerle un último favor a su patria antes de morir. Siento no habérselo dado antes, pero temía que los alemanes se lo arrebataran.

Malcolm (seguiremos llamándolo así) gritó sorprendido cuando vio el pequeño frasco que Diana se había sacado del bolsillo.

¿De dónde has sacado ese mejunje? Hace décadas que lo destruí.

Le recuerdo que vengo del Infierno. Allí hay muchas cosas que en este mundo ya no existen… como yo misma.

El doctor asintió resignado y bebió el contenido del frasco. Poco después tuvo lugar una segunda metamorfosis dentro de aquella casa. El apacible y bondadoso doctor se transformó en un monstruo deforme. Se trataba de la misma criatura que había aterrorizado Londres bajo el falso nombre de Míster Hyde, pero tras largos años de ausencia se había vuelto mucho más fuerte e implacable.

Los nazis se hallaban en el puerto, intentando robar un bote pesquero. Si conseguían llegar a mar abierto, serían recogidos por un submarino, que los llevaría a Alemania con su valioso botín. Pero entonces apareció Míster Hyde, que se arrojó sobre ellos, armado con un garrote y bramando como un toro enfurecido. Los nazis sacaron sus pistolas automáticas y dispararon sobre él, pero el monstruo estaba demasiado furioso para sentir el dolor y siguió adelante.

Cuando Diana llegó allí, Hyde agonizaba sobre un charco de sangre. A su lado yacían los cadáveres destrozados de los nazis y el libro de notas había caído al mar, perdiéndose para siempre. Diana se dijo en voz baja:

Supongo que con un alma será suficiente.

Al día siguiente unos pescadores encontraron el cadáver del doctor, cuya alma humana podría descansar en paz, pues Diana solo se había llevado la de Míster Hyde.


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