Texto: Javier Fontenla, basado libremente en obras de Poe y Stevenson. Imagen: Pixabay.
Esto sucedió en un pequeño pueblo de la costa
escocesa durante el invierno del año 1945.
Aquella noche el anciano doctor Malcolm, que llevaba
medio siglo enclaustrado en la localidad, oyó que alguien llamaba a su puerta.
Fue a mirar quién era y se encontró con una hermosa niña de tez pálida, a la
que no recordaba haber visto anteriormente. Aquella misteriosa muchacha llevaba
en sus manos un gato negro al que le habían arrancado un ojo. Malcolm le dijo a
la niña:
—Creo que te has confundido, cariño. Yo soy
médico, no veterinario.
—Ya lo sé, pero es que no sabía dónde acudir. Por
favor, doctor Malcolm, cure a mi gatito. Le pagaré lo que me pida.
Malcolm sonrió y dijo:
—Tranquila, guapa, no te cobraré nada por esto.
Malcolm desinfectó y vendó la herida del gato, que
se mantuvo tranquilo en todo momento, sin que hiciera falta anestesiarlo. Una
vez efectuada la cura, el doctor le dijo a la niña:
—Tienes un gato muy educado. ¿Puedo saber qué le
pasó?
—Un borracho le arrancó el ojo con un cortaplumas.
—Pues deberías denunciarlo.
—Ya no vale la pena. Por cierto, doctor Malcolm,
aún no me he presentado. Me llamo Diana.
—Muy bien. Pero no deberías andar sola a estas
horas de la noche. Hay borrachos que no se conforman con maltratar animales. Si
me dices dónde vives, te acompañaré a tu casa.
—Yo ya no vivo en ninguna parte.
Antes de que Malcolm pudiera preguntarle a Diana
qué había querido decir, dos forasteros entraron en la casa forzando la puerta.
Aquellos individuos golpearon al doctor hasta dejarlo inconsciente, pero no
vieron a Diana ni a su gato. Y estaban demasiado centrados en su misión para
reparar en algo extraño: que en una casa sin niños hubiera una muñeca y un gato
de peluche.
Los intrusos salieron poco después, llevándose el
cuaderno de notas del doctor Malcolm, que contenía información muy valiosa para
los servicios secretos alemanes. Al contrario que los vecinos del pueblo, los
nazis sabían quién era realmente Malcolm y necesitaban sus conocimientos
científicos para torcer el curso de la guerra.
El doctor Malcolm habría muerto asfixiado por el
humo de su chimenea, si Diana no lo hubiera despertado a tiempo. Cuando el
médico se despertó, pudo ver cómo la niña acariciaba a su gato y le decía:
—Ya puedes cambiar de forma, Plutón.
Entonces el felino se convirtió en una luciérnaga
luminosa, salió por una ventana y desapareció en la oscuridad. Aunque no era un
novato en el mundo de lo extraño, Malcolm se quedó sin palabras al presenciar
aquella incomprensible metamorfosis. Diana sonrió y le dijo:
—Plutón murió colgado de una rama en el año 1843.
Ahora solo es un emisario del Infierno, al igual que yo, doctor Malcolm… ¿O
prefiere que lo llame por su verdadero nombre, doctor Henry Jekyll?
—Pero…
—No lo niegue, doctor. Su abogado lo ayudó a
fingir su propia muerte y le encontró un refugio en este lugar tan apartado.
Pero esta noche usted va a morir de verdad. Lo lamento, pero no puedo evitarlo.
Yo solo soy una mensajera de la Muerte. Esta noche debo llevarme su alma al
Infierno.
—¿Y me has salvado de morir asfixiado solo para
decirme eso?
—También quería entregarle (o, mejor dicho,
devolverle) este objeto, por si desea hacerle un último favor a su patria antes
de morir. Siento no habérselo dado antes, pero temía que los alemanes se lo
arrebataran.
Malcolm (seguiremos llamándolo así) gritó
sorprendido cuando vio el pequeño frasco que Diana se había sacado del
bolsillo.
—¿De dónde has sacado ese mejunje? Hace décadas
que lo destruí.
—Le recuerdo que vengo del Infierno. Allí hay
muchas cosas que en este mundo ya no existen… como yo misma.
El doctor asintió resignado y bebió el contenido
del frasco. Poco después tuvo lugar una segunda metamorfosis dentro de aquella
casa. El apacible y bondadoso doctor se transformó en un monstruo deforme. Se
trataba de la misma criatura que había aterrorizado Londres bajo el falso nombre
de Míster Hyde, pero tras largos años de ausencia se había vuelto mucho más
fuerte e implacable.
Los nazis se hallaban en el puerto, intentando
robar un bote pesquero. Si conseguían llegar a mar abierto, serían recogidos
por un submarino, que los llevaría a Alemania con su valioso botín. Pero
entonces apareció Míster Hyde, que se arrojó sobre ellos, armado con un garrote
y bramando como un toro enfurecido. Los nazis sacaron sus pistolas automáticas
y dispararon sobre él, pero el monstruo estaba demasiado furioso para sentir el
dolor y siguió adelante.
Cuando Diana llegó allí, Hyde agonizaba sobre un
charco de sangre. A su lado yacían los cadáveres destrozados de los nazis y el
libro de notas había caído al mar, perdiéndose para siempre. Diana se dijo en
voz baja:
—Supongo que con un alma será suficiente.
Al día siguiente unos pescadores encontraron el cadáver
del doctor, cuya alma humana podría descansar en paz, pues Diana solo se había
llevado la de Míster Hyde.