Yo había
sido contratado por cierto caballero inglés, ya entrado en años y soltero, que
pensaba hacer un viaje por mi patria. Se llamaba James y tenía un hermano
gemelo, cuyo nombre era John y que tampoco se había casado. Entre ambos
hermanos existía un profundo afecto y ambos colaboraban en sus negocios, aunque
no vivían juntos. El señor James vivía en Poland Street, mientras que el señor
John tenía su residencia en Epping Forest.
El señor
James y yo estábamos preparándonos para emprender nuestro viaje cuando
recibimos la visita del señor John, que deseaba pasar con nosotros la última
semana antes de nuestra partida. Pero dos días después le dijo a su hermano:
—No me
siento demasiado bien, así que mejor me vuelvo a mi casa, donde mi ama de
llaves sabrá cuidarme. Si me recupero a tiempo, volveré aquí antes de que te
marches. De lo contrario, serás tú quien tendrás que visitarme a mí.
Los dos
hermanos se despidieron y el señor John volvió a su casa.
A la segunda
noche después de su marcha el señor James entró en mi dormitorio con un candil,
se sentó junto a mi cama y me dijo que algo no iba bien, con una extraña
expresión en su rostro.
—Wilhelm, a
ti puedo decirte esto, pues tú procedes de un país donde los hechos misteriosos
suelen tomarse en serio. Acabo de ver al fantasma de mi hermano. Yo estaba
sentado en mi cama, pues no podía dormir, cuando él entró en mi cuarto vestido
de blanco, me miró, luego dirigió su mirada a unos papeles que se hallaban
sobre mi escritorio y salió atravesando la puerta. No estoy loco y no le
concedo ninguna existencia objetiva a ese fantasma. Creo que se trata de un
síntoma de que estoy enfermo y de que me vendría bien una sangría.
Me vestí
apresuradamente y le dije al señor James que no se preocupase, pues yo mismo
iría en busca del médico. Entonces oímos que alguien llamaba a la puerta.
Fuimos a la habitación del señor James, que estaba situada en la parte frontal
del edificio, y abrimos una ventana para ver qué pasaba. Alguien preguntó desde
la calle:
—¿Es usted
el señor James?
—Así es. ¿Y
tú no eres Robert, el criado de mi hermano?
—Sí, señor.
Lamento decirle que el señor John está muy enfermo… al mismo borde de la
muerte, según nos tememos. Quiere que usted vaya a verlo, así que le ruego que
venga conmigo sin pérdida de tiempo. He traído un carruaje.
El señor
James y yo nos miramos el uno al otro. Él me dijo:
—Wilhelm,
esto es extraño. Me gustaría que vinieras conmigo.
Lo ayudé a
vestirse y fuimos rápidamente a Epping Forest. Acompañé al señor James cuando
este entró en la alcoba de su hermano, que estaba tumbado en la cama. A su lado
se hallaban la vieja ama de llaves y otros criados, que no se habían movido de
allí desde la hora de la sobremesa. El señor John tenía puesto un pijama blanco
y miró a su hermano, tal como había hecho el fantasma. Cuando el señor James
llegó a la vera de su cama, el señor John se incorporó lentamente y le dijo
estas palabras:
—James, tú
me has visto antes, esta misma noche. ¡Y lo sabes!
Dicho esto, murió.
Texto: Charles Dickens, extraído de su relato "Para leer al atardecer". Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.
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