En el metro

 

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Texto de Silvia Carús. Imagen de Pixabay. Este cuento fue seleccionado para participar en el concurso "cuentos y poemas de amor oscuro".

Él deberá haber entrado cuando sonó la señal de cerrar las puerta. Pero, para mí, fue como si él hubiera surgido de la nada, como una aparición. ¿Sabe? En un segundo él no estaba y después… estaba.

Él no era de este mundo. No…. No podía ser. Él era ese tipo de hombre que te cortaba la respiración con solo mirarle. Quien te hacia creer que los galanes de cine todavía existían. Quien te hacía sentir que el amor fluía. Aun así, él estaba ahí, en un fin de semana de viernes por la tarde, recorriendo la línea azul con su cuerpo bien musculado y tonificado y esas facciones faciales de quitar el hipo.

El vagón no estaba demasiado abarrotado: un puñado de empresarios infelices que se dirigían a un trabajo que probablemente no les gustase, unos cuantos críos revoleteando de vagón en vagón, otros más mayores que leían su periódico y por supuesto las cotorras. Pero, él prefirió quedarse de pie. Permaneció todo el tiempo cerca de las puertas, ignorando los repetidos avisos de los altavoces. Las otras personas se separaron. Yo me separé. No hacía sentido yo, o cualquier uno de los ordinarios pasajeros, estar en el mismo lugar que aquel dios, mucho menos estar cerca de él.

Él se quitó las gafas de sol y miró a su alrededor como un rey discreto que saludaba a sus súbditos desde lo alto del palco. Por un momento, sentí sus increíbles ojos posarse sobre mí y un poco ruborizada desvié la mirada. <<Imposible>> fue lo primero que se me pasó por la mente. En aquel preciso instante creí en la magia, pues solamente un conjuro justificaría la reacción de mi cuerpo. Una onda de energía hacia mi alma vibrar, el olor de su colonia parecía saciar mi vida y la posibilidad de captar la atención de aquel hombre me hacía ansiar por algo más…

Entonces, lo inesperado… ¡No!, lo inimaginable sucedió!

Èl comenzó a caminar hacia mi dirección con su mochila en la mano y su aspecto cuidadosamente abandonado, con barba de tres días, peinado aparentemente despeinado y vestido de negro de los pies a la cabeza que realzaban el verde de sus ojos. Mi corazón empezó a latir mucho màs deprisa, sentí como el suelo se abría a mis pies y me sujeté a un poste de metal como si mi vida dependiese de eso. Èl no pareció inmutarse con mi nerviosismo y mantuvo el paso firme y decidido. Se detuvo frente a mí y se mordió el labio inferior, me miró fijamente a los ojos y retiro la mano derecha de su mochila revelando un brillante objeto.

_ Tiene un arma! _, alguien grito.

No intente escapar o gritar. No sentí la bala penetrando en mis entrañas, no sentí horror con la visión de los cuerpos tumbados, no sentí el choque contra el suelo. Y, en cuanto mi cuerpo yacía sin sentido a los pies de mi asesino, mis ojos todavía ansiaban por su imagen, mi corazón se conformaba con haber tenido su atención por un instante.


Silvia Carús

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