A M O R S I N B A R R E R A S


Texto de Raquel Pietrobelli. Imagen de Pinterest. Este cuento fue seleccionado para participar en el concurso "cuentos y poemas de amor oscuro".


Antonella lucía hermosa. Sus rulos rebeldes jugueteaban en su piel blanca, atrevidos. Los grandes ojos color miel se aterciopelaron cuando lo vio. El  deshabillé negro se movía, con aleteos de mariposa, mientras ella caminaba.

_   Pasá… ¿Querés una copita de champán?

Era la primera vez que la visitaba en su departamento. No dejó de asombrarse, al ver la botella que lucía frappé en la champanera, y dos copas de cristal, que los esperaban en una mesita de mantel rojo. Pequeños duendes oscuros se bamboleaban por el cuarto, al son de  las flamas caprichosas de las velas. La voz melosa de Stevie Wonder, brotaba de algún lugar escondido.

No podía dejar de mirarla, tirada en ese chaise-longue color damasco, con la copa en la mano, dejando adivinar, a través de la gasa,  unas infinitas piernas, en las que quería perderse ya.
El maquillaje impecable no disimulaba su belleza salvaje. Un halo seductor trascendía al rimmel y al rouge. Sin ellos, igual hubiera sido hermosa.
Siempre les pedía que no usaran colores chocantes y vivos. El negro lo atraía, tenía un raro imán para él. Era neutro, indescifrable, tenía el matiz  del  misterio del universo, de la
extrema quietud, de la nada. La ausencia del color, era la ausencia del ruido, la inverosimilitud  de la vida misma.

Algo estaba sucediendo en su vida. Ya le pasó con Ingrid, con Rosana, con Mariana, con Anahí… ¿Sería por los años, que iban avanzando, blanqueando sus sienes de plata, o por la atracción irresistible de la experiencia?

Las mujeres lo perseguían, lo acosaban. Ya nada quedaba de ese chico esmirriado y triste, maltratado por sus padres.

Había sido el hazmerreír de sus compañeros en la escuela, por sus grandes orejas de Dumbo, su andar desgarbado y taciturno. Un eterno acné le dio la estocada final, para que se vaya aislando de a poco.

Pasaron los años, y fue adquiriendo confianza en sí mismo.  

Los trajes importados, que disimularon toda imperfección, más el éxito en los negocios… Todo eso tal vez se conjugaba, para que estas mujeres se brindaran así, sin
condicionamientos, sin protestas, sin reclamos histéricos. Mujeres de mundo, que no exigían amor ni exclusividad. ¡Eran tan inteligentes!

Hace años que se había separado de su mujer, neurótica insignificante.
Desde entonces, sólo se dedicó a su trabajo. Amaba su trabajo. No lo cambiaría por nada del mundo. Definitivamente, allí estaba feliz.

Ahora se desquitaba de tantas humillaciones, de tantos rechazos. Volvió a entrever sus curvas, su piel de marfil lustrado, y no resistió más la tentación de acariciarla. De  deslizar lentamente las yemas de los dedos, como en una cámara lenta. Acarició sus manos, sus uñas carmesí, sus brazos de seda; se introdujo en la espesura del pelo y aspiró su perfume caro. Sus locas ansias ya no pudieron detenerse más, en un reconocimiento alocado. Deslizó la mano en el tobogán de sus muslos cálidos…

Una dulce droga empezó a invadirle las venas .Pero no pudo evitar volver a tener esos ramalazos del pasado, que cada tanto lo asaltaban. Siempre le ocurría lo mismo.
El pasado… El pasado… ¡Fue tan infeliz en el pasado! Una infancia que lo marcó para siempre, y las mujeres que lo rechazaban, por feo y torpe, no se acercaban demasiado, como temiendo infectarse.
Pero  éstas no eran horas de vacilación…Tenía que enterrar esos recuerdos para siempre. Su mano seguía resbalando por ese territorio ganado, trémulo, sin reservas ni tapujos.
Las respiraciones soltaron amarras, casi dolía la falta de aire en el ambiente. Ella abrió la boca, generosa, exigiendo placeres. Sus pechos subían  y bajaban, en un juego loco.

Hasta que los dedos se enterraron en la rosa húmeda, expectante, demandante.
Al fin la poseyó  con urgencias, con violencia… Ella exhaló un grito que inundó la quietud del cuarto blanco. Él sabía cómo  exaltarlas, cómo dominarlas. Todos estos años aprendió a ser hombre, con todas las letras. En el fondo, sabía que no era sólo cuestión de plata. Era su sabiduría para manipular los tiempos, su dominio en las caricias, el conocimiento de los recónditos lugares predecibles, las esperas acuciantes, lo que lo hacía irresistible. Él sabía cómo transformar una muñeca inerte, en un manojo de éxtasis. Él sabía de su superioridad, semental experimentado. En sus manos, ellas eran arcilla de lava y suspiros. Encontró la llave especial para hacerse desear, de complacer, dándoles la forma exacta de

vivir en una atmósfera de amor secreto y prohibido, que enloquecía los sentidos. También sabía que jamás lo dejarían. Nunca más irían con otro hombre, después de haberlo conocido. De eso estaba seguro.
Poco a poco, la calma volvió a aparecer.
Antonella se recostó en su pecho, extenuada. Tenía una sonrisa calma, la de la mujer querida y satisfecha.
El ring ring del teléfono lo sobresaltó. “El técnico del 901” hoy estaba insoportablemente molesto. ¡Cuánto trabajo lo esperaba mañana!
Se vistió rápidamente y controló todo. Los guantes y mascarillas, apilados prolijamente.
Miró el instrumental. Todo estaba en su lugar: el bisturí, las pinzas aserradas, el cuchillo de disección largo, las tijeras de coronaria, el martillo, el cincel, la sierra de rotación, las agujas y jeringas, el costótomo, los clamps, los retractores, las grapas, la cizalla… Todo
lucía resplandeciente. Ya los había desinfectado, como todos los días. Esperaban voraces, un nuevo cuerpo. Todo dispuesto para la próxima necropsia.

No podía evitar mirar esos aceros, embelesado, todos los días, antes de retirarse a dormir. Adoraba esos instrumentos, los mimaba, los lustraba. Eran sus propios hijos…

Miró el piso. Estaba limpísimo, pero ese odioso color café, jamás pudo quitarlo. ¡La sangre seca se adhería tanto! Era una mezcla de zumos de órganos, formaldehido y otros químicos.
Luego, repasó los frascos de formol, de diferentes tamaños y colores, todos etiquetados, con los corazones, los pulmones, los cerebros…
Todo estaba bien, como siempre. Al pasar por el espejo, se volvió a mirar las horribles
orejas de Dumbo… También notó que estaba en ebullición un nuevo cráter con pus, allí,
cerca de la nariz.
Antonella seguía durmiendo. Para no despertarla, con infinito cuidado, la volvió a vestir con la vieja bata rosa. Le ató el pelo desparramado en la bandeja, con una gomita de color y le volvió a colocar nuevamente la etiqueta marrón en el dedo gordo del pie derecho.
De un golpe seco, la introdujo en el nicho de la nevera. Antes de irse, aspiró por última vez, ese aire espeso de formol y muerte.    

Elige tu texto favorito de entre los concursantes, entra a este enlace para consultarlos todos. Al final encontrarás la liga para dejar tu voto.

                                                                     

                                               
                                                                                                                         


2 comentarios:

Oscar Rivera-Kcriss dijo...

Este texto, me ha dejado atónito. Un médico forense haciendo el amor con las difuntas. O al menos, eso fue lo que entendí. Muy bueno. Atrapa y te hace imaginar cada escena descrita en el ambiente de ese cuarto. Felicitaciones Raquel.

¿A caso nadie entra a esta página? 🤔
Aquí hay excelentes textos, pero muy pocos, casi nada de comentarios. 😏😔

Oscar Rivera-Kcriss dijo...

Este texto, me ha dejado atónito. Un médico forense haciendo el amor con las difuntas. O al menos, eso fue lo que entendí. Muy bueno. Atrapa y te hace imaginar cada escena descrita en el ambiente de ese cuarto. Felicitaciones Raquel.

¿A caso nadie entra a esta página? 🤔
Aquí hay excelentes textos, pero muy pocos, casi nada de comentarios. 😏😔

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