Texto: Leyenda
recopilada por Lafcadio Hearn en su obra “Kwaidan”. Adaptación: Francisco Javier Fontenla. Fuente de imagen: Pexels.
En el Camino de
Akasaka, cerca de Tokyo, hay una colina situada entre un profundo foso y las
paredes de un palacio. Antes de que se inventaran las linternas modernas, por
las noches aquella colina era un lugar muy oscuro y solitario, al que pocos
caminantes osaban acercarse después del atardecer, pues se decía que por allí
rondaba un Mujina o mapache fantasma, capaz de adoptar forma humana para
asustar a los incautos. El último hombre que dijo haber visto al Mujina fue un
viejo mercader de Kyobashi, fallecido hace ya bastantes años. Esta es su historia,
tal como la contó él mismo.
Una noche, siendo ya
muy tarde, aquel hombre caminaba por la colina cuando vio a una mujer que
estaba allí completamente sola, llorando amargamente. Temiendo que estuviera a
punto de suicidarse arrojándose al foso, el mercader se acercó a ella para
intentar consolarla. Parecía una mujer de aspecto agraciado e iba vestida como
las muchachas de buena familia. El mercader, que era un hombre realmente bueno,
le dijo:
-Señorita, le ruego
que deje de llorar y que me diga cuál es su problema. Me sentiría muy honrado
si pudiera ayudarla de alguna forma.
Pero la mujer siguió
llorando y cubriendo su rostro con las largas mangas de su vestido. El mercader
insistió:
-¡Por favor,
señorita, escúcheme! Una dama como usted no debería estar sola a estas horas de
la noche. Se lo ruego, deje de llorar y dígame cómo puedo ayudarla.
Entonces la dama se
irguió, se volvió hacia el mercader y le mostró su rostro, que hasta entonces
había permanecido oculto tras las mangas del vestido. El mercader dio un grito
y huyó aterrorizado, al ver que aquella mujer no tenía ojos, nariz ni boca.
Corrió y corrió, en
medio de la soledad y de la noche, sin atreverse a mirar atrás. Finalmente
distinguió el resplandor de una linterna y se dirigió hacia aquella luz, tan
decidido como si fuera una polilla. Aquella linterna pertenecía a un buhonero,
que había colocado su puesto al lado del camino. El mercader se acercó a él
dando gritos de terror y entonces el buhonero le preguntó:
-¿Qué le pasa? ¿Acaso
alguien le ha hecho daño?
-No, nadie me ha
hecho daño, pero...
-¿Lo han asustado?
¿Se ha encontrado con ladrones?
-No, nada de
ladrones. Pero es que he visto a una mujer, que era... ¡Ay, no puedo decir cómo
era!
-¿No sería así?
Dicho esto, el
buhonero le mostró su cara, que era semejante a un huevo. Entonces la luz de la
linterna se apagó y el Mujima desapareció en las tinieblas, dejando al pobre
mercader aterrorizado para el resto de su vida.
2 comentarios:
Fascinante relato, maestro, excelente como siempre 😊💖.
Muchas gracias, feliz sábado. :)
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